"Me enfrenté a los compañeros porque me mandaban a zurcir calcetines"
La letrada recuerda sus inicios en la abogacía y la evolución que ésta ha experimentado en las últimas cinco décadas · Califica de "apertura" que ya haya mujeres en todas las ramas de la actividad judicial.
18.05.2008 - 01:00
Cada día acude a su despacho, situado a la sombra de la torre de San Hipólito, con la ilusión de quien inicia una carrera profesional y con la experiencia de quien lleva medio siglo de dedicación. Josefina Escobar fue la primera mujer que ingresó en el Colegio de Abogados de Córdoba, todo un hito, en 1958, cuando eran muy pocas las féminas que ejercían tal profesión en España. Comenzó en el despacho del prestigioso letrado Francisco Poyatos, a quien recuerda con veneración. En todo este tiempo ha cambiado la abogacía, la justicia, los compañeros, pero ella se mantiene fiel a un espíritu de superación que la hizo ser pionera.
-¿Cómo recuerda su ingreso en el Colegio de Abogados?
-Aquello fue una expectación, porque fui la primera mujer. Para ser abogado lo que hay es que ser profesional, no ir por un bando o por otro, y defender lo mismo a unos y a otros. Tienen el mismo derecho.
-¿Quién fue la siguiente mujer?
-Fue Lourdes González y estuvo muy poco tiempo. Al mes de colegiada se fue a Madrid. Al cabo de 20 años comenzaron a entrar.
-¿Se veía usted rara en un mundo de hombres?
-Bueno, me costó trabajo abrirme paso porque tenía que demostrar que tenía el mismo conocimiento que ellos.
-¿Pero ellos le exigirían algo más?
-Yo tenía temor al ridículo. Por amor propio me superaba y estudiaba más que los demás.
-¿Cómo fue la primera vez que se enfrentó a un tribunal?
-Me tocó un desacato a la autoridad. Fue a los tres o cuatro meses de colegiarme y se puso la sala llena de gente. Lo pasé un poquito apretado.
-Los nervios.
-Todo el mundo que estaba en la sala, en vez de mirar al tribunal o al reo, me miraban a mí, como si fuera un bicho raro.
-¿Cómo acabó el juicio?
-Muy bien. Absolvieron al individuo.
-¿Se sintió alguna vez con trato de favor?
-Jamás. Al revés, me tuve que enfrentar muchas veces a los compañeros, porque me mandaban a zurcir calcetines o me preguntaban que por qué no cuidaba a los niños o cosas por el estilo.
-Estas afirmaciones son actualmente casi un delito.
-A mi eso no me importaba.
-La entrada en vigor el pasado año de la Ley de Igualdad le llega a usted tarde, después de romper tantas barreras.
-Tenía muchos obstáculos, claro está. En el despacho me dijo don Francisco Poyatos que tenía que imprimirme cartas y tarjetas. Al principio puse mi nombre completo: Josefina Escobar del Rey. Mandaba las cartas, veían que me llamaba Josefina y no me hacían caso. Pensé que tenía que inventar algo y puse "J. Escobar del Rey". Había veces que llamaban por teléfono preguntando por don Juan o por don José.
-¿Tenía usted contacto con otras mujeres abogadas de España?
-Sí, claro. En aquella época sólo había una mujer abogada en Madrid, y un poco después que yo se matriculó María Augusta Navarro en Málaga. En Granada lo hizo una compañera mía que, precisamente, tenía mi mismo apellido, Purita Escobar. Éramos casos aislados. En Sevilla tardaron aún muchos años en entrar en el Colegio de Abogados. Es que en mi curso sólo estábamos dos chicas. El primer banco de la clase era para nosotras. Cuando salíamos al estrado se formaba un murmullo que lo primero que te subía era el pavo; te ponías colorada como una amapola.
-¿A qué le hubiera gustado opositar?
-Me gustaba ser fiscal, porque tiene menos responsabilidad que un juez. Mi padre, cuando la guerra, lo nombraron fiscal por ser un hombre recto y honorable. Veía a mi padre estudiar y aquello me gustaba, porque todo el mundo quería que hubiese hecho Farmacia. Es más, tengo el primer curso de Farmacia. A la vez, por libre, hice primero de Derecho. Aprobé todo y de Farmacia me quedaron dos asignaturas y, entonces, seguí con Derecho. No me gustaba la Farmacia, los tubos de ensayo no se había hecho para mí.
-¿Cómo se decanta hacia el Derecho Civil?
-Por indicación de don Francisco Poyatos. El Penal lo llevaba muy mal por las expectaciones que se formaban. Hubo una época en que en el turno de oficio me daban todo lo más violento y desagradable: violaciones, estupros, injurias graves. Por eso lo aborrecí, pero el Penal es muy bonito. Como en aquella época se llevaban las separaciones sólo en el Tribunal Eclesiástico, me decían: "Esto para la niña". Y me mandaban a mí. En aquel momento estaban también las adopciones mucho más fáciles que ahora. No había necesidad de estar en acogimiento, como ahora, ni de pedir permiso a la Junta ni al Tribunal de Menores. Si querías adoptar un niño, te ponías de acuerdo, y se hacía la adopción.
-¿Era bueno ese sistema?
-Para mi gusto, el sistema anterior era más perfecto que el de ahora. Los jueces eran muy mirados, muy estudiosos, razonaban estupendamente las sentencias y expresaban la jurisprudencia en las mismas.
-¿Qué siente cuando ve que ya hay mujeres en todas las ramas de la Justicia?
-Lo considero como una apertura, porque no considero tontas a las mujeres, ya que las hay que son más inteligentes que los hombres. En las oposiciones, la mujer es más constante, estudia mucho, tiene amor propio por no quedar en ridículo y las saca adelante. Claro que las saca. Todo tiene una evolución. Lo ha hecho la sociedad, hemos pasado de una dictadura a una democracia un poco enmadrada. La gente no sabe digerir lo que es la libertad de lo que es el libertinaje.
-¿Se considera partícipe a la hora de ganar terreno para la mujer?
-He sido pionera pero por vocación a mi carrera, porque las hojas del almanaque corrieron demasiado.
-Y por constancia.
-Hombre, claro, y fuerza de voluntad. Si te propones una meta tienes que conquistarla.
-¿Se ve como una luchadora por los derechos de la mujer?
-He defendido lo que ha sido justo, lo mismo para el hombre que para la mujer. No soy partidaria de los malos tratos, ni de que arrinconen a una mujer por serlo. Cada uno tiene su puesto y su función en la sociedad. Cada uno desempeña su fin.
-¿Qué le hace seguir todavía en activo?
-Me he pasado 50 años trabajando contra todas las cosas que eran adversas. Ahora, a pesar de mi edad, no sirvo para estar con los brazos cruzados, no sirvo para encerrarme. Tengo que tener la cabeza dispuesta siempre tanto para dar como para recibir. Siempre se aprende. Ahora procuro ir lo menos posible a los juzgados, porque me pongo enferma.
-¿Por qué?
-Mire, porque todo ha cambiado: los compañeros, la forma de interrogar. Son menos respetuosos que antes y la prueba la tiene en que en el Colegio a todo el mundo le hablan de tú y antes teníamos un respeto que ahora no existe. Yo sigo hablando de usted a todo el mundo. Es un principio de educación, porque si acabas de conocer a una persona, desde mi punto de vista, no es correcto que la tutees. Los jóvenes no lo verán normal, pero cada uno tiene su sitio y merece su respeto. Lo que no podemos es pisar la dignidad de nadie. Por ahí no paso.
Fuente: www.eldiadecordoba.es
-¿Cómo recuerda su ingreso en el Colegio de Abogados?
-Aquello fue una expectación, porque fui la primera mujer. Para ser abogado lo que hay es que ser profesional, no ir por un bando o por otro, y defender lo mismo a unos y a otros. Tienen el mismo derecho.
-¿Quién fue la siguiente mujer?
-Fue Lourdes González y estuvo muy poco tiempo. Al mes de colegiada se fue a Madrid. Al cabo de 20 años comenzaron a entrar.
-¿Se veía usted rara en un mundo de hombres?
-Bueno, me costó trabajo abrirme paso porque tenía que demostrar que tenía el mismo conocimiento que ellos.
-¿Pero ellos le exigirían algo más?
-Yo tenía temor al ridículo. Por amor propio me superaba y estudiaba más que los demás.
-¿Cómo fue la primera vez que se enfrentó a un tribunal?
-Me tocó un desacato a la autoridad. Fue a los tres o cuatro meses de colegiarme y se puso la sala llena de gente. Lo pasé un poquito apretado.
-Los nervios.
-Todo el mundo que estaba en la sala, en vez de mirar al tribunal o al reo, me miraban a mí, como si fuera un bicho raro.
-¿Cómo acabó el juicio?
-Muy bien. Absolvieron al individuo.
-¿Se sintió alguna vez con trato de favor?
-Jamás. Al revés, me tuve que enfrentar muchas veces a los compañeros, porque me mandaban a zurcir calcetines o me preguntaban que por qué no cuidaba a los niños o cosas por el estilo.
-Estas afirmaciones son actualmente casi un delito.
-A mi eso no me importaba.
-La entrada en vigor el pasado año de la Ley de Igualdad le llega a usted tarde, después de romper tantas barreras.
-Tenía muchos obstáculos, claro está. En el despacho me dijo don Francisco Poyatos que tenía que imprimirme cartas y tarjetas. Al principio puse mi nombre completo: Josefina Escobar del Rey. Mandaba las cartas, veían que me llamaba Josefina y no me hacían caso. Pensé que tenía que inventar algo y puse "J. Escobar del Rey". Había veces que llamaban por teléfono preguntando por don Juan o por don José.
-¿Tenía usted contacto con otras mujeres abogadas de España?
-Sí, claro. En aquella época sólo había una mujer abogada en Madrid, y un poco después que yo se matriculó María Augusta Navarro en Málaga. En Granada lo hizo una compañera mía que, precisamente, tenía mi mismo apellido, Purita Escobar. Éramos casos aislados. En Sevilla tardaron aún muchos años en entrar en el Colegio de Abogados. Es que en mi curso sólo estábamos dos chicas. El primer banco de la clase era para nosotras. Cuando salíamos al estrado se formaba un murmullo que lo primero que te subía era el pavo; te ponías colorada como una amapola.
-¿A qué le hubiera gustado opositar?
-Me gustaba ser fiscal, porque tiene menos responsabilidad que un juez. Mi padre, cuando la guerra, lo nombraron fiscal por ser un hombre recto y honorable. Veía a mi padre estudiar y aquello me gustaba, porque todo el mundo quería que hubiese hecho Farmacia. Es más, tengo el primer curso de Farmacia. A la vez, por libre, hice primero de Derecho. Aprobé todo y de Farmacia me quedaron dos asignaturas y, entonces, seguí con Derecho. No me gustaba la Farmacia, los tubos de ensayo no se había hecho para mí.
-¿Cómo se decanta hacia el Derecho Civil?
-Por indicación de don Francisco Poyatos. El Penal lo llevaba muy mal por las expectaciones que se formaban. Hubo una época en que en el turno de oficio me daban todo lo más violento y desagradable: violaciones, estupros, injurias graves. Por eso lo aborrecí, pero el Penal es muy bonito. Como en aquella época se llevaban las separaciones sólo en el Tribunal Eclesiástico, me decían: "Esto para la niña". Y me mandaban a mí. En aquel momento estaban también las adopciones mucho más fáciles que ahora. No había necesidad de estar en acogimiento, como ahora, ni de pedir permiso a la Junta ni al Tribunal de Menores. Si querías adoptar un niño, te ponías de acuerdo, y se hacía la adopción.
-¿Era bueno ese sistema?
-Para mi gusto, el sistema anterior era más perfecto que el de ahora. Los jueces eran muy mirados, muy estudiosos, razonaban estupendamente las sentencias y expresaban la jurisprudencia en las mismas.
-¿Qué siente cuando ve que ya hay mujeres en todas las ramas de la Justicia?
-Lo considero como una apertura, porque no considero tontas a las mujeres, ya que las hay que son más inteligentes que los hombres. En las oposiciones, la mujer es más constante, estudia mucho, tiene amor propio por no quedar en ridículo y las saca adelante. Claro que las saca. Todo tiene una evolución. Lo ha hecho la sociedad, hemos pasado de una dictadura a una democracia un poco enmadrada. La gente no sabe digerir lo que es la libertad de lo que es el libertinaje.
-¿Se considera partícipe a la hora de ganar terreno para la mujer?
-He sido pionera pero por vocación a mi carrera, porque las hojas del almanaque corrieron demasiado.
-Y por constancia.
-Hombre, claro, y fuerza de voluntad. Si te propones una meta tienes que conquistarla.
-¿Se ve como una luchadora por los derechos de la mujer?
-He defendido lo que ha sido justo, lo mismo para el hombre que para la mujer. No soy partidaria de los malos tratos, ni de que arrinconen a una mujer por serlo. Cada uno tiene su puesto y su función en la sociedad. Cada uno desempeña su fin.
-¿Qué le hace seguir todavía en activo?
-Me he pasado 50 años trabajando contra todas las cosas que eran adversas. Ahora, a pesar de mi edad, no sirvo para estar con los brazos cruzados, no sirvo para encerrarme. Tengo que tener la cabeza dispuesta siempre tanto para dar como para recibir. Siempre se aprende. Ahora procuro ir lo menos posible a los juzgados, porque me pongo enferma.
-¿Por qué?
-Mire, porque todo ha cambiado: los compañeros, la forma de interrogar. Son menos respetuosos que antes y la prueba la tiene en que en el Colegio a todo el mundo le hablan de tú y antes teníamos un respeto que ahora no existe. Yo sigo hablando de usted a todo el mundo. Es un principio de educación, porque si acabas de conocer a una persona, desde mi punto de vista, no es correcto que la tutees. Los jóvenes no lo verán normal, pero cada uno tiene su sitio y merece su respeto. Lo que no podemos es pisar la dignidad de nadie. Por ahí no paso.
Fuente: www.eldiadecordoba.es
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